El tenis es una herramienta para la educación de las personas.
Los estudios y el tenis son compatibles, así que no descuides ninguno de los dos.
Sé siempre honesto.
Sé constante en el entrenamiento y esfuérzate al máximo, porque si entrenas bien jugarás bien.
Que predomine en ti el espíritu de equipo en los entrenamientos del Club; los intereses del Club y de sus componentes están por encima de los tuyos propios.
Acata con respeto las decisiones de jueces y entrenadores, pues ellos están para ayudarte.
El contrario no es un enemigo, es un rival y como tal debes presentarle respeto y educación.
Sé más conocido por tu exquisito comportamiento en las pistas de tenis que por tus éxitos deportivos.
Que el honor y la nobleza sean tu estilo en la práctica del tenis.
Gana con pasión y pierde con dignidad mostrando siempre respeto a tu rival.
El comportamiento que los padres tenemos no debe cuidarse únicamente porque afecte al rendimiento deportivo de nuestros hijos, sino porque trasciende mucho más allá y tiene efectos sobre cada uno de los diferentes aspectos de sus vidas.
Puesto que los padres no siempre somos conscientes de la repercusión que para nuestros hijos tienen las acciones que llevamos a cabo cuando acudimos a verles practicar su deporte favorito, este decálogo trata de concienciar a los progenitores del importante papel que juegan en las diferentes situaciones de la vida deportiva de sus hijos y de la necesidad de comportarse siempre de una forma ejemplar en cada una de ellas.
Cuando tomamos decisiones relativas a cuestiones como, por ejemplo, el deporte que queremos que nuestro hijo o hija practique o el número de horas de estudio que estamos dispuestos a permitir que sacrifique para desempeñar una actividad deportiva, la decisión de los padres no siempre está orientada realmente a conseguir aquello que es mejor para él o ella. Detrás de ese "quiero lo mejor para mis hijos" se esconde muchas veces el deseo de cumplir nuestros propios intereses o frustraciones, que poco o nada tienen que ver normalmente con los de nuestros hijos.
En esta sociedad del "no pienses, actúa", no siempre reflexionamos suficientemente las consecuencias que, especialmente para nuestros hijos, tienen nuestras decisiones y pasamos por alto que lo mejor para nuestros hijos puede no ser lo más cómodo o lo que más nos gustaría a nosotros que fuera.
Por tanto, debemos dejar que nuestros hijos opinen y sean escuchados. Hagamos lo mejor para ellos tomando en su lugar aquellas decisiones que, por su falta de experiencia, aun no están en posición de afrontar, pero siempre conscientes de que son ellos quienes de verdad importan y que son 'sus' sueños e ilusiones los que mediante 'su' actividad deportiva debemos cumplir, no los nuestros.
El deporte base es un arma de construcción masiva a través de la cual nuestros hijos adquieren, de una forma sencilla y directa, valores como la tolerancia, la disciplina, el afán de superación o la amistad, valores que conformarán su personalidad y que los acompañarán el resto de sus vidas.
El fin no es por tanto el propio deporte, sino permitir que nuestros hijos adquieran esos valores gracias al mismo. Este es por tanto el principal objetivo que los padres debemos perseguir mediante el deporte de nuestros hijos y no otro.
Muchas veces una derrota puede ser para nuestros hijos más enriquecedora incluso que una victoria, puesto que de nada sirve ganar un campeonato si por el camino uno no ha aprendido que, por ejemplo, haber trabajado en equipo es un motivo de orgullo mucho mayor que cualquier simple trofeo. Esto es lo que verdaderamente debería de importarnos.
La relación entre un padre y un hijo es un vínculo de unión constante entre ambos que se va creando, modificando y desarrollando día a día a lo largo de toda nuestra vida en función de infinidad de factores.
Avergonzar o faltarle al respeto a un hijo, más aún delante de sus propios compañeros, supone un grave atentado contra ese vínculo tan especial que nos une: entre padres e hijos, lo que pasa en el campo no se queda solo en el campo.
La moral del espectador de un partido se ha convertido en la moral del cobarde que exige valor en el otro. Es muy fácil reclamar perfección técnica, valentía y coraje de los demás sin ni siquiera haberse parado uno a pensar si él mismo sería capaz de tales cosas. Uno difícilmente podrá muchas veces valorar cuán dificultosa es una tarea sin haberla primero afrontado siquiera.
La humildad, por tanto, y el respeto al esfuerzo ajeno son virtudes que nos enseñan a apreciar lo que cada uno es capaz de aportar según su capacidad y que nos ayudan a crecer como personas.
Para un hijo, el entrenador es la persona que hace las veces de sus padres dentro del vestuario: es quien les educa, quien les enseña a mejorar como deportistas para ganar, pero también como personas para saber perder.
Por todo ello, la colaboración y el apoyo de los padres para con el entrenador, tanto dentro como fuera del campo, se hace indispensable a la hora de poder brindar a nuestros hijos la mejor educación posible. Toda acción tomada en una dirección distinta, despreciando al entrenador o creando cualquier tipo de conflicto, irá siempre en detrimento tanto propio como de los niños que, no olvidemos, ven en su entrenador la imagen de sus padres.
Tratar de forma irrespetuosa a un árbitro es, por desgracia, una conducta bastante frecuente en nuestra sociedad pero que, sin embargo, no debería permitirse por muy diversas razones. Esto último sería mucho más fácilmente entendible por todos si nos diéramos cuenta de que autoridad es igual a acuerdo. Someter cualquier tipo de controversia a la siempre difícil decisión de un tercero, implica renunciar a la irracional ley del más fuerte y crear con ello una situación más juste e igualitaria.
Debemos ser ejemplares para con nuestros hijos, ofreciendo al árbitro el respeto que como autoridad y también como ser humano se merece y acatando sus decisiones aunque no las compartamos, si queremos que nuestros hijos respeten también las decisiones, consejos y correcciones que, como padres y por tanto como autoridad, les damos.
Un compañero de equipo es una persona con quien nuestro hijo comparte experiencias muy importantes en su vida, ya que sólo apoyándose el uno en el otro consiguen levantarse tras cada derrota y es aunando sus esfuerzos el medio por el que logran alcanzar sus sueños. Se trata, en definitiva, de algo más que de un amigo y es por ello que cualquier comportamiento que se lo haga pasar mal a un compañero, repercutirá también negativamente en nuestro hijo.
En el deporte, un contrincante no es un enemigo, sino precisamente algo muy bien distinto: es alguien con quien se comparte una misma pasión y unos mismos objetivos. Es por tanto alguien a quien no debería ser muy difícil entender y de quien mucho se puede aprender. Criticar y menospreciar las acciones del rival supone una conducta totalmente irracional que va contra los principios elementales del deporte, herramienta única para estrechar los lazos de unión entre las personas, no para enfrentarlas.
Si nosotros, como padres, no somos capaces de practicar el juego limpio fuera de la pista, difícilmente nuestros hijos llegarán a hacerlo dentro del campo. Además, pocas situaciones son tan bochornosas para un hijo como ver que su padre o madre se olvida del partido y de su propio hijo para enzarzarse en discusiones que poco ayudan a crear un ambiente propicio para jugar.
La razón es el arma más poderosa que las personas tenemos para hacer que nuestra sociedad evolucione y mejore, pero actuar de una forma racional exige muchas veces admitir puntos de vista distintos de los nuestros y reconocer la posibilidad de equivocarnos. El deporte brinda a nuestros hijos una oportunidad única de aprender a ser tolerantes con los demás, valor indispensable en nuestra sociedad, pero este aprendizaje debe empezar con el ejemplo de los propios padres, espejo en el que los hijos se miran para guiar su futuro.
Si el deporte es una herramienta idónea para que nuestros hijos, los ciudadanos del mañana, adquieran los valores que nuestra sociedad necesita, es porque con el deporte se enseña jugando y se aprende riendo. Puesto que somos un ejemplo para nuestros hijos, qué mejor manera de conseguir que ellos entiendan cuáles son los verdaderos objetivos que deben perseguirse con su deporte, que divirtiéndonos con ellos y demostrándoles que en el fondo solo es un juego; uno en el que a veces parecerá que has perdido pero en el que realmente, si de verdad lo comprendemos, nos damos cuenta de que siempre se gana.
Así que, relájate y disfruta del partido: nunca subestimes el poder de ser feliz.
No podríamos terminar sin recordar que de poco serviría memorizar estas reglas si no las ponemos en práctica. No nos limitemos a leer estas líneas; estas reglas no se dicen simplemente, se hacen, porque al hacerlas… se dicen solas. Son nuestros hijos quienes nos reclaman este esfuerzo cada fin de semana, hagámoslo por ellos.
Este texto, está transcrito íntegramente de la web de la Federación de Tenis de Castilla y León la cual tiene el derecho de modificación y/o cancelación de publicación del mismo.
Eso fue lo que le dijo un día un niño de ocho años a su padre cuando, después de llevar dos cursos recibiendo enseñanzas en una escuela de tenis, participó en una competición interna de la misma y ganó la prueba de su categoría.
El padre, muy ilusionado le contestó: bueno hijo, pues si es lo que quieres adelante…
El padre era profesor de instituto y en sus ratos libres practicaba varios deportes, entre ellos el tenis. La madre era funcionaria del ayuntamiento de la localidad en que vivían y el matrimonio tenía otros dos hijos, un chico de once y una adolescente de catorce años, que también habían ido a la escuela de tenis del club en el que la familia solía pasar la mayor parte de sus ratos de ocio, pero que, tal vez porque no habían obtenido buenos resultados en las competiciones en las que habían participado, no se habían enganchado al tenis como el menor de los hermanos.
Todos eran buenos estudiantes y por ello sus padres les apoyaban lo que podían en el desarrollo de sus aficiones favoritas; el hermano mayor acudía al conservatorio de música, donde estaba aprendiendo a tocar la flauta, y la hermana, que era la más brillante de los tres en los estudios, estaba metida en un grupo de coros y danzas del propio club.
El "tenista", como destacaba en su grupo, pronto pasó a entrenar con chicos mayores que él y a recibir clases particulares, porque su padre, fundamentalmente, (la madre apenas se metía en esas cosas) quería verle triunfar en el tenis, que era un deporte en el que a él le hubiera gustado ser mejor jugador de lo que era, de ahí que proyectase toda su pasión por el tenis en su hijo, al que poco a poco fue inscribiendo en cuantas competiciones podía tomar parte.
Con apenas diez años cumplidos ya era un coleccionista de trofeos, lo que a su padre le hacía "perder un poco la cabeza", pues a medida que su hijo iba progresando, todo lo que entrenaba le parecía poco, razón por la que, cuando tenía tiempo, además de los entrenamientos y las clases particulares que recibía, el "profesor de instituto" se transformaba en entrenador de tenis y coach de su hijo, y se pasaba horas y horas echándole carros de bolas y llevándole a los torneos.
La afición por el tenis empezó a tornarse en obsesión por "ayudar" a que su hijo triunfase en el deporte que a él más le gustaba y, sin darse cuenta, a medida que el hijo iba mejorando en el ranking nacional de su categoría, el rendimiento en sus estudios bajaba, porque el tiempo no daba para todo.
Los años fueron pasando y el "tenista" se fue convirtiendo en un chaval algo "rarito" a la vez que retraído, al que le preocupaba sobremanera no llegar a dar la talla como tenista, y todo, porque pensaba en lo mucho que su padre había apostado por él y se sentía obligado a esforzarse al máximo para no defraudarle; pero algo se había hecho mal, porque cada vez llevaba peor las derrotas, pues tras muchas de ellas llegaban las incontenidas broncas de su progenitor, que no podía admitir que su hijo perdiera partidos que, según él, nunca debería haber perdido…
Aun a riesgo de limitar las posibilidades de formación de su hijo en otros campos, el padre seguía obsesionado con verle convertido en un tenista profesional y, aunque lo había ganado casi todo en las categorías juveniles, según iba creciendo, los entrenamientos diarios, los viajes constantes a los torneos y, sobre todo, las derrotas, empezaban a hacer mella en el hijo, que con quince años, cuando tenía ocasión de hablar con gente que no era del mundo del tenis (tal y como me lo contaron) ya se cuestionaba dejarlo, porque estaba un poco harto de la vida tan agobiante que llevaba…
Y así, un día, después de perder la final de un torneo con un jugador al que años antes siempre había derrotado, sucedió lo que tenía que suceder, discutió con el padre, le dijo que quería dejar el tenis y le pidió que, por favor, le dejara en paz, porque lo que deseaba era tener amigos del colegio con los que poder hacer otras cosas…
La desesperación del padre por no ver cumplido su "sueño" provocó no pocos disgustos familiares, que, afortunadamente, pronto se olvidaron, porque la vida seguía y , pero lo que no se pasó fue la fobia de su hijo por el tenis y su entorno, lo que le llevó a colgar la raqueta para siempre.
Moraleja: Si quieres que a tu hijo no le pase lo que le pasó al "tenista", dale oportunidades para que desarrolle sus aficiones, hasta donde pueda, sin más presión que la que él mismo esté dispuesto a soportar, y siempre que disfrute con lo que hace. Enséñale que en la vida, cuando uno quiere conseguir algo, tiene que poner "toda la carne en el asador" y estar preparado para aceptar las derrotas con la misma dignidad y sabiduría con las que pueda celebrar las victorias, pues quien sabe perder, sin duda, también sabrá ganar, si se lo propone. Si consigue conducirse así sabrá amar lo que hace, porque habrá entendido que lo importante, siempre, es participar.
Cuando en el deporte, como en cualquier otra faceta de la vida, uno llega a plantearse algo, ha de poner todo su empeño en hacer cuanto esté en sus manos para conseguirlo, pero sin olvidarse de que de no lograrlo, siempre puede haber otra oportunidad para intentarlo, si se tercia… y si no, no pasa nada.
Fdo. M.A.R.
Este texto, está transcrito íntegramente de la web de la Federación de Tenis de Castilla y León la cual tiene el derecho de modificación y/o cancelación de publicación del mismo.